Don Jaco camina entre hileras de tomate, chile morrón y güisquil en su finca del occidente salvadoreño. Lleva más de veinte años cultivando la tierra, y aunque el cansancio es evidente, también lo es su determinación. “Antes bastaba con sembrar una cosa. Ahora ya no. Hay que adaptarse, probar, arriesgarse”, dice mientras revisa el crecimiento de los pepinos, su nuevo cultivo.
Como él, decenas de productores en distintas zonas del país han comenzado a transformar la forma en que trabajan. El monocultivo —centrado por años en café, maíz o caña— va quedando atrás. Hoy, muchos apuestan por una agricultura más diversa y adaptada a los tiempos: menos predecibles, más exigentes.
La lógica detrás de este cambio responde a varios factores. Las lluvias ya no llegan como antes, los precios suben y bajan sin aviso, y los jóvenes se alejan del campo en busca de otras oportunidades. Ante eso, diversificar cultivos no es solo una técnica, sino una estrategia de sobrevivencia.
“La tierra nos va diciendo qué quiere y qué no”, cuenta don Jaco. En su parcela ahora conviven productos de ciclo corto, como el chile verde, con otros de mayor demanda. También piensa en volver a sembrar café, un cultivo que su familia dejó años atrás.
Parte del cambio también pasa por cómo se venden los productos. Iniciativas como la Central de Abasto han permitido a productores como él ofrecer sus cosechas directamente a los compradores, sin depender de intermediarios. “Antes, uno producía y tenía que venderle al que viniera, al precio que dijera. Con la central, llevamos el producto nosotros mismos. Nos pagan justo y lo vendemos más fresco”, relata.
Según el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), hasta un 30 % de la producción agrícola nacional se pierde por falta de rutas de comercialización efectivas. Espacios como la Central de Abasto buscan revertir esa realidad.
El camino, sin embargo, no es sencillo. El acceso a financiamiento, insumos y asistencia técnica sigue siendo limitado. “Nos hace falta más apoyo. A veces queremos probar un cultivo nuevo, pero no hay quién nos asesore bien o los insumos son muy caros”, dice don Jaco.
Pese a todo, en el campo hay movimiento. Lo que antes era visto como improvisación hoy es innovación. Y aunque los cambios parten de necesidades urgentes, también revelan una mirada hacia el futuro.
En un país donde más del 60 % del consumo alimentario básico depende de la producción local, las decisiones que se toman en fincas como la de don Jaco importan. No solo para quienes cultivan, sino para quienes consumen.
“Aquí seguimos, sembrando distinto. No porque queramos ser modernos, sino porque así nos toca”, afirma con serenidad. Su historia, como la de muchos, muestra que incluso en medio de la incertidumbre, el campo salvadoreño sigue sembrando con esperanza.